Entrar a la casa fue una experiencia novedosa. Quizás era la primera vez que la encontraba ordenada, exactamente como la había dejado esa mañana. Antes de enfrentarse a las condolencias hipócritas de sus vecinos, había desahogado toda su rabia contenida contra las paredes y los pisos. Gritó, restregó y talló hasta que los brazos le dolieron y se sintió agotada. Tan cansada que no le quedaban fuerzas para odiar.La casa estaba deteriorada por el paso del tiempo; su mejor época había quedado en el olvido muchos años atrás. Los muebles también eran viejos: la misma madera, el mismo tapiz, los mismos colores desde que tenía memoria. Nada había cambiado y, sin embargo, se sentía como un mundo diferente. Estaba limpia. No había botellas ni platos sucios, ni ropa o vómito en el suelo. No olía a miseria y desesperación. Apenas un rastro del olor a lavanda del limpiador permanecía en el aire.Y entonces, una carcajada estalló en su pecho. Pura dicha.
Muchos años atrás, cuando apenas era una niña y su madre trabajaba para la señora Mariño, Tadeo parecía ser la única persona que notaba las marcas en su cuerpo o su figura demasiado delgada. Tal vez fue el único que se atrevió a ver más allá de lo evidente, el único que no la ignoró. El primer peluche nuevo que tuvo se lo dio él en su décimo cumpleaños, y luego llegaron otros cada año, sin falta. Incluso después de que Rosaura fuera despedida.A los quince, Rosalin llegó a creer que lo amaba y que él sería su futuro, porque era la única persona con quien podía sentirse segura y cuidada. El único a quien le importaba que se educara, que vistiera bien, que no pasara frío ni hambre. Sin embargo, la madre del apuesto joven no estaba de acuerdo en que la hija de una mujerzuela se fijara en su hijo.La señora Mariño la veía como un caso de caridad. Era amable y le obsequiaba ropa porque era una mujer piadosa; pero estaba muy lejos de permitirle a
Sus alumnos le bastaban. Volcaba en ellos todo su amor, sin problema en asumir el papel de la maestra solterona del pueblo. Si en su vejez aún la llamaban “señorita Rosalin” lo asumiría con orgullo y gracia. No había nacido para el amor, mucho menos para ser madre, y estaba en paz con esa realidad.Al menos, así había sido mientras su madre vivía. Ahora, con una libertad inesperada, le costaba ubicarse en un mundo que de pronto parecía más luminoso y esperanzador. Especialmente después de lo sucedido con Tadeo y los pequeños avances desde entonces. Apenas se habían besado y compartido caricias sutiles, nada más allá de mimos y abrazos.Quizás lo que más le gustaba de él era precisamente eso: la certeza de que sabría esperar a que ella estuviera lista para dar el siguiente paso. Jamás la forzaría a nada.—Algún día —respondió finalmente con una sonrisa.—Me alegra tanto que por fin decidieras
Ojalá hubiera podido capturar ese momento, la emoción en el rostro de Tadeo. Tenía los ojos muy abiertos y movía los labios, abriéndolos y cerrándolos sin lograr articular una palabra. Nunca antes había sido tan directa en sus pocas conversaciones sobre el futuro.Eran novios, se querían, Rosalin necesitaba cerrar ese ciclo y él iba a esperarla. Eso era lo único definido y claro para los dos.—Te pedí tiempo para solucionar los problemas que me dejó mamá. Aún tengo deudas que espero saldar cuando venda la casa. Pero quiero que sepas que estoy mirando al futuro con una visión renovada, y que tú estás en cada uno de mis planes. Solo necesito aprender a ser yo misma… sin ella. ¿Me entiendes?—Completamente, Rosita. —Tadeo levantó sus manos y las besó en el dorso—. Yo te… te voy a esperar lo que sea necesario. Nos queda toda una vida por delante.Ahí estaba esa consideración infinita. Ni siquiera se atre
Leiva, 11 de septiembre de 2018.Las ruedas de las camionetas chirriaron contra el pavimento al frenar, rompiendo el silencio de la noche.Sin demora, docenas de hombres bajaron de los vehículos de un salto y corrieron alrededor, tomando posiciones. Era un pequeño ejército de soldados armados y listos para actuar. Las órdenes fueron silenciosas: gestos con las manos y susurros por los intercomunicadores que les indicaban exactamente qué hacer.No se percibía ningún sonido en el interior de la bodega y el comandante de ese operativo podía sentir el terror helado invadiendo sus venas. Aunque su semblante duro y el ceño fruncido no dejaban traslucir su pánico, en su interior, Rubén se derrumbaba a cada segundo con el terrible presentimiento de que ya era demasiado tarde para salvar a su esposa.Una enorme puerta oxidada y corroída era lo único que lo separaba de un reencuentro o del peor hallazgo de su vida. Incluso cuando quería sentarse y respirar un poco para calmar la ansiedad que lo
Tal como le había dicho Sergio, en el estacionamiento los esperaban médicos y enfermeras listos para atender a Rosanna. Rubén saludó con un asentimiento a la doctora Méndez, quien le respondió de la misma manera. Ella estaba acostumbrada a recibir a algunos de sus hombres heridos y tenían un trato al respecto; sin embargo, en esta oportunidad la paciente era demasiado importante.La doctora no alcanzó a disimular su expresión horrorizada al observar las lesiones evidentes y asumir, debido a su experiencia, aquellas internas que requerirían más atención.—Es mi esposa, Liliana.Rubén lo dijo entre dientes, su voz era apenas un susurro, más letal y peligroso que si estuviera gritando a todo pulmón. Esa corta oración contenía un peso tan grande que la pobre mujer cerró los ojos y suspiró. Eso era prácticamente una sentencia de muerte; si la paciente moría, probablemente todos en ese hospital lo harían también.—La atenderemos bien, señor Salazar. Le avisaré sobre su estado en cuanto pued
Luego de dar órdenes para que el grupo de élite se quedara al cuidado de su esposa, y tras amenazarlos con asesinar hasta al primo más lejano si permitían que algo le sucediera, Rubén se subió a una camioneta y manejó por su cuenta de regreso a la bodega, donde Sergio le había informado que el equipo de investigación ya había terminado y ahora todo ardía en llamas para eliminar cualquier rastro de su presencia.Mientras conducía aferrado al volante con tanta fuerza que se le blanquearon los nudillos, recordó inevitablemente la primera vez que vio a Rosanna, siete años atrás, cuando ella era apenas una jovencita de diecinueve años.Él iba con demasiada prisa porque acababa de recibir una llamada con información crucial para un operativo que tenían entre manos y debían actuar contra reloj. El semáforo cambió a amarillo y apuró al conductor para que avanzara; sin embargo, un par de jovencitas se les atravesaron en el camino y el pobre Tomás apenas alcanzó a frenar antes de atropellarlas.
Todo fue incluso mejor cuando escuchó esa voz melodiosa pronunciando un “señor Salazar”, un sonido que le recorrió el cuerpo como un escalofrío eléctrico y lo estremeció en lo más profundo, en especial cierta parte entre sus piernas. Las miradas furtivas, las sonrisas tímidas y los sutiles sonrojos de la chica eran la cereza del pastel. Rubén no podía apartar los ojos de ella ni por un segundo.Olivia lo observaba con atención. En verdad esperaba tener una larga e intensa charla con él cuando la reunión terminara. Su hijo solía rechazar sin miramientos a todas las candidatas que ella le escogía. Pero si algo tenía claro Rubén, era que no quería pasar el resto de su vida durmiendo con una muñeca fría y acartonada incapaz de complacerlo.Rosanna parecía ser todo lo contrario. O al menos eso pensaba él, cuando la veía sonreír dulcemente y asentir a todo lo que su madre decía, sentada como una dama y con una taza de té perfectamente sostenida en sus delicados dedos, haciendo gala de sus r