Capítulo 4

Todo fue incluso mejor cuando escuchó esa voz melodiosa pronunciando un “señor Salazar”, un sonido que le recorrió el cuerpo como un escalofrío eléctrico y lo estremeció en lo más profundo, en especial cierta parte entre sus piernas. Las miradas furtivas, las sonrisas tímidas y los sutiles sonrojos de la chica eran la cereza del pastel. Rubén no podía apartar los ojos de ella ni por un segundo.

Olivia lo observaba con atención. En verdad esperaba tener una larga e intensa charla con él cuando la reunión terminara. Su hijo solía rechazar sin miramientos a todas las candidatas que ella le escogía. Pero si algo tenía claro Rubén, era que no quería pasar el resto de su vida durmiendo con una muñeca fría y acartonada incapaz de complacerlo.

Rosanna parecía ser todo lo contrario. O al menos eso pensaba él, cuando la veía sonreír dulcemente y asentir a todo lo que su madre decía, sentada como una dama y con una taza de té perfectamente sostenida en sus delicados dedos, haciendo gala de sus refinados modales.

Sin embargo, él la imaginaba de otra forma: desnuda y sudada, arqueando la espalda mientras lo montaba, con los labios entreabiertos dejando escapar su nombre entre gemidos, o repitiendo ese “señor” que tanto lo había encendido.

Oh, sí. Esa chica era una sucia y dulce fantasía.

No le importaba que ella fuera tan joven. Los Botero la estaban vendiendo, eso era claro. Una muñeca preciosa envuelta en un lazo de seda, esperando a ser subastada al mejor postor: el soltero con más dinero que accediera a un matrimonio conveniente para sus padres. Y él sabía que las ofertas no tardarían en llegar.

La alta sociedad estaba repleta de viejos hambrientos y jóvenes engreídos, buscando jovencitas hermosas y bien educadas para convertirlas en esposas trofeo. Rosanna, sin duda, captaría la atención de muchos. Ella era perfecta.

Pero Rubén no era ninguna de esas cosas. Él era un depredador. Y no compartiría la suculenta presa que acababa de encontrar con nadie.

Por eso, cuando su padre lo llamó al despacho junto al señor Botero, lo siguió sin dudarlo.

Octavio se sentó en el sillón solitario de cuero negro de su despacho, descansó los brazos y cruzó las piernas como si se tratara de un rey en su trono. Recibió el vaso de whisky que le ofreció la sirvienta y esperó a que los otros dos también se acomodaran. Rubén emuló sus acciones muy a su manera, dejando que la camisa se pegara a sus fuertes brazos, intimidando un poco al hombre mayor que ahora parecía nervioso.

—Rubén, el señor Botero me ha manifestado su interés en unir a nuestras familias.

—¿Estás de acuerdo con eso, padre? —preguntó con voz monótona, como si hablaran de adquirir una nueva empresa y no de la mujer que se convertiría en su compañera de vida y la madre de sus hijos.

Octavio sonrió apenas. Conocía demasiado bien a su hijo como para no notar el brillo posesivo en sus ojos. Sabía que el nuevo jefe ya había escogido a su reina. Pero no pensaba permitir que ese anciano fracasado creyera que estaba en posición de negociar.

—Seamos honestos. La familia Salazar no gana nada con esta unión, salvo la certeza de que Rosanna me dará nietos hermosos. Si tú aceptas, yo también lo haré.

Rubén esbozó una media sonrisa. Su padre lo estaba poniendo a prueba. Quería ver si el interés que tenía por la jovencita era solo pasajero o si realmente estaba dispuesto a hacerla suya.

El señor Botero carraspeó antes de hablar, barriendo sus manos sudorosas por su pantalón:

—Mi hija ha sido bien educada para ser una buena esposa. Goza de perfecta salud y, sin duda, es la más hermosa de esta ciudad. Es joven, pero está lista; su madre la instruyó para administrar una casa como esta. La hemos cuidado como a una princesa. Su virtud está garantizada. Estoy seguro de que el joven Salazar podrá ser muy feliz a su lado.

Rubén inclinó apenas la cabeza y apretó el vaso inconscientemente. Ese hombre hablaba de su propia hija como si fuera una yegua de cría. La ofrecía tan descaradamente que una chispa posesiva se encendió en su pecho. No iba a permitir que la exhibieran frente a otros hombres como un pedazo de carne listo para ser devorado.

—¿Y qué es lo que quiere a cambio?

La pregunta directa de Rubén tensó el ambiente por un instante. El viejo Botero no ocultó su incomodidad y miró de reojo a Octavio, quien se limitó a sonreír de lado y beber un sorbo, prolongando la molestia del anciano.

—Mi hijo se encarga de todos los negocios de la familia. Tan pronto como se graduó de la universidad, entró en posesión de su herencia —intervino el patriarca Salazar con tono solemne—. Es él quien va a casarse. Es su decisión.

El hombre mayor suspiró y bebió un trago antes de ir al grano.

—En ese caso… quiero una sociedad. No tengo más hijos, lo que pueda dejar lo heredarán Rosanna y mis nietos, así que, de todas maneras, los Salazar terminarán adueñándose de todo. Mi esposa y yo ya estamos viejos, solo quiero asegurarme de que ella pueda gozar de una vida digna y tranquila por el tiempo que nos queda. Y claro, que Rosanna tenga la vida que se merece.

Rubén asintió despacio, comprendiendo al instante lo que el hombre no decía en voz alta: Botero estaba quebrado. Aun así, la oferta no le molestaba. Tener a Rosanna en su cama y, además, añadir otra empresa a su control, no era un mal trato.

—¿Hablamos de la constructora o hay algo más?

—Los negocios han ido mal últimamente. Me avergüenza reconocer que se tomaron malas decisiones y los proyectos más recientes no rindieron los frutos que esperábamos. Tuve que vender varias de mis propiedades; en este momento, solo tengo la empresa y la casa familiar. Hay una deuda muy grande con el banco y, si las cosas no mejoran, tendré que declarar la bancarrota en menos de seis meses. Tenemos muchos empleados que no me gustaría dejar en la calle, y la constructora tiene prestigio en el gremio. Solo necesita una inyección de capital y un nuevo gerente.

El señor Botero habló mirando a Rubén a los ojos. No tenía sentido irse por las ramas, ellos eran hombres de negocios y sabían perfectamente cómo se movía ese mundo. Rubén tampoco apartó la mirada, vio con detalle las expresiones del hombre y encontró sinceridad y remordimiento en sus palabras. Era fácil entender que estuviera cansado, él era bastante mayor, ya no tenía ganas de esforzarse por conservar su fortuna.

—Acepto.

Su padre arqueó una ceja y se enderezó en la silla.

—¿Estás seguro, Rubén? Apenas has visto a la chica una vez. Quizá podrías tener algunas citas con ella antes de tomar una decisión.

Rubén se levantó y acomodó su saco, lo abotonó y tiró de los puños con una calma que contrastaba con la expresión angustiada del anciano. Luego caminó un par de pasos hacía él y extendió su mano con una sonrisa indulgente.

—No necesito pensarlo más. Rosanna cumple con todos mis requisitos. Confío en que será una buena esposa.

Hizo una pausa, disfrutando del peso de sus propias palabras en la expresión de alivio de su futuro suegro, quien parecía estar tan sobrecogido que no pudo ni siquiera levantarse de la silla y le estrechó la mano desde su posición. La escena dibujaba un cuadro muy alegórico de dominación y poder.

—Me gustaría que la boda fuera lo más pronto posible. Asumo que mi madre y la señora Botero se encargarán de convertirla en el evento del año. —Miró de soslayo a su padre y ambos compartieron una sonrisa cómplice; por supuesto que Olivia haría de esa ceremonia la más fastuosa de todas—. No se preocupe por los gastos. Yo cubriré todo. Quiero que mi futura esposa tenga cada cosa que desee. No hay límite.

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