Jasmine la observó por un par de minutos mientras examinaba los vestidos cortos con la nariz arrugada, como si tuviera basura entre las manos. Fue su risa la que la delató, y su nueva paciente la miró sorprendida, con los ojos bien abiertos, como una niña atrapada en plena travesura.
—No quería importunar. Soy Jasmine.
Rosanna pensó en ese instante que la belleza debía ser requisito para trabajar con los Salazar. Hasta ahora, todos los hombres que había visto eran guapos a su manera. Margaret tenía una belleza sobria y elegante. Y ahora Jasmine, con su aire de princesa de cuento de hadas, parecía sacada de una película romántica. Su sonrisa dejaba ver un par de hoyuelos encantadores, y sus ojos avellana brillaban con amabilidad. Tan bonita que costaba apartar la vista.
—Soy la enfermera —aclaró ella ante su silencio—. El señor Salazar me envió…
—Oh, sí, sí, claro. —Rosanna sacudió la cabeza para aterrizar, pero al moverse un quejido se le escapó.
—Tranquila. Déjeme ayudarla.
Jasmine l