El dolor y la rabia se adueñaron de su ser. Se sentía culpable, pero así mismo culpaba a las cartas. Pero no tenía por qué echarles la culpa, ellas nunca mentían, siempre decían la verdad. Pero entonces, ¿en qué quedaba la lectura hecha por Karla? ¿Podría fiarse de una muchacha de diecisiete años, quien no llevaba más de un año haciendo lecturas, así estas hubieran sido correctas? No lo sabía, y su estado mental no le permitía hacer una profundización más objetiva de la situación.
Aparte de su frustración en cuanto a su vecino, ahora se veía obligada a enfrentar a su hermana, con quien había sido imposible tener cualquier tipo de diálogo la noche anterior. Aikaterina, al volante del campero durante el regreso de la casa donde se hospedaban Marla y Karla, le había dejado en claro su falta de ánimo para discutir cualquier tema, y le había subido el volumen a la radio evitando así el ser confrontada. Al llegar a casa, la fuerte lluvia aun cayendo, Aikaterina se limitó a darle las bu