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Era una muchacha preciosa, de eso no cabía duda. Fue la conclusión a la cual llegó Pablo al ver a Aikaterina en la puerta de su casa. No pudo evitar fijarse en los zapatos de tacón de la gemela para descubrir de quien se trataba. A pesar de haber pasado una mala noche, pensando en el misterio de Marize y las consecuencias de la lectura de las cartas realizada por Aileen la tarde anterior, no podía negar su buena suerte. Aunque la pintora rubia lo había puesto contra las cuerdas y la encargada del faro parecía algo molesta, ahora, y sin proponérselo, tenía la oportunidad de pasar un buen rato en compañía de la tierna Aikaterina.

–¿Entonces qué dices? ¿Quieres dar un paseo? Podemos ir hasta Tofino en mi auto, almorzamos por allá, yo invito, y de una vez conoces...

–¿Y tendríamos que caminar mucho? No olvides que te cortaste feo tan solo hace dos días –Pablo volvió a mirar hacia los pies de la muchacha.

–Si no estuviera bien no me habría puesto estos tacones –Aikateri
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