Decir algo equivocado podría enturbiar la relación entre ellos, y ella no quería cargar con esa culpa. Al fin y al cabo, Juana no era Luisa ni Rosa; Juana estaba a un paso de convertirse en la “señora Guzmán”.
Pero Juana no se atrevía a enfrentarlo directamente: no tenía esa cercanía… y temía cerrarse todas las puertas.
—Entonces… —cambió de ángulo—. Solo dime esto: ¿ustedes planean volver? ¿Sí o no?
Eso sí podía contestarlo. Luciana fue tajante:
—No, no hay planes de reconciliación.
—¿En serio? —Los ojos de Juana resplandecieron—. ¿No me engañas?
—Para nada —aseguró Luciana con un gesto firme.
—Entonces me quedo tranquila —sonrió Juana—. No pregunto más.
Luciana arqueó una ceja, intrigada:
—¿Con eso basta?
—Claro —Juana asintió, hablando con sinceridad—. Alejandro y yo no estamos casados; todavía no soy su esposa, así que no me corresponde inmiscuirme demasiado. Si le cuestiono sus asuntos antes del matrimonio, podría cansarse de mí. Cuando uno se casa, hay que dejar espacio; ¿cierto?