—No bromeo —respondió Enzo, la voz lejana pero animada—. Ya no eres una niña. ¿Piensas quedarte soltera toda la vida?
—No es eso… —Luciana no era enemiga del matrimonio, pero tampoco lo consideraba indispensable—. Simplemente, no está en mis planes por ahora.
—Por eso mismo, conócelo. —Enzo no sonó impositivo—. Él va a trabajar ahí, no viaja sólo para verte. En Muonio no conoce a nadie; hazme el favor de echarle la mano, ¿sí?
Presentado así, Luciana no halló cómo negarse.
—Está bien. —Su tono cambió a profesional—. ¿Alguna preferencia o algo que deba evitar para que se sienta cómodo?
Enzo la puso al tanto con detalle.
Luciana asentía, memorizando todo.
En el umbral, Alejandro permanecía rígido, el rostro medio oculto por la penumbra. Una sonrisa glacial se dibujó en sus labios.
¿Cita a ciegas, eh?
Y tan al pendiente de cada pormenor…
Un remolino de ira le golpeó el pecho. Sin emitir ruido, se volvió y subió las escaleras.
“Que salga con quien quiera… ¿qué tiene que ver conmigo?” se rep