—Si te da miedo, puedes cerrar los ojos —le advirtió antes de clavar las agujas.
—No tengo miedo —contestó él, cerrando los párpados—. Pero así estarás más tranquila para trabajar.
—Sí. —Luciana sonrió, tomando con confianza cada aguja y colocándola en los puntos indicados.
Adrián, sorprendido, alzó una ceja.
—¿Ya… ya las pusiste?
—Sí, acabo de hacerlo.
—Vaya, no siento ninguna molestia. Creo que va a funcionar de maravilla.
—Ojalá sea así. —Luciana asintió—. Como es tu primera sesión, probaremos solo media hora, para que te acostumbres.
—Hazlo como creas conveniente.
Pasados treinta minutos, Luciana retiró con cuidado las agujas.
—Listo, puedes abrir los ojos.
—Oh… —respondió él, algo adormilado—. Si no me avisabas, me habría quedado dormido.
—Disculpa si te desperté.
—¿Despertar? Para nada. —Adrián movió la mano con un gesto de “no te preocupes”. Entonces parpadeó un par de veces—. ¡Vaya! Siento que ahora veo todo más claro y mi cabeza está súper despejada.
—¿En serio? —Luciana esboz