—¿En serio? —Luciana se asomó, y vio que efectivamente el vehículo rojo mantenía la misma distancia—. Parece… un Porsche rojo. Me resulta familiar.
Frunció el entrecejo, pensando:
—Mónica tenía un Porsche rojo, ¿no?
—¿Es ella? —preguntó Fernando, confundido—. ¿Por qué estaría aquí?
Luciana se encogió de hombros.
—No lo sé. Tal vez solo va hacia la misma dirección y coincidimos en la ruta.
Aun así, la situación se tornaba inquietante. El auto seguía detrás, a una distancia prudente, sin rebasarlos, ni quedarse demasiado atrás. Cuanto más tiempo pasaba, más extraño resultaba.
—¿Quieres que baje la velocidad? —sugirió Fernando, alzando la voz con inquietud. Quizá así la Porsche los rebasara.
Pero no pasó. En cuanto Fernando aminoró el ritmo, el Porsche también lo hizo.
—Es evidente que Mónica nos está siguiendo —murmuró con el ceño fruncido.
Luciana, en el asiento del copiloto, tragó saliva.
—¿Qué querrá hacer ahora?
No había forma de averiguarlo en pleno camino, y a decir verdad, Luciana