—Ay, de veras… —resopló Luciana, dejando las semillas. Al voltear a verlo, soltó un “¡vaya!” al notar que traía un yeso en el brazo—. Te enyesaron, ¿eh? Pues, a pesar de eso, sigues luciendo bien. Se nota que cuando uno es guapo, ni un yeso lo afea.
Con una risita despreocupada, parecía que no pasaba nada, pero Alejandro seguía sintiendo una punzada de tristeza.
—¿No me vas a preguntar si me duele?
—Oh… —Luciana pareció caer en cuenta de la obligación moral de preocuparse por su esposo—. ¿Te duele? —dijo en un tono suave. Incluso se acercó un poco para examinar su brazo—. Menos mal que solo fue una dislocación y pudieron acomodarla. Si hubieran tenido que operarte, dolería más y hasta podrías resentirlo cuando llueva o haga frío.
Su actitud era muy tierna, se preocupaba por él con aparente sinceridad, pero Alejandro seguía sintiendo ese vacío en el pecho.
—¿En serio no estás enojada conmigo? ¿No me reprochas nada?
—Recuerdo… —Luciana no contestó directamente—, la vez anterior también t