Ella cerró los ojos con cansancio:—Suéltame.Pero él no quiso aflojar el abrazo.—Luciana, si estás enojada, descárgalo conmigo; regáñame, lo que quieras. Pero no te lo quedes dentro, por favor.Se notaba su afán por complacerla, pero ella se mantuvo impasible.—Suelta… solo quiero recostarme un rato, no deseo hablar.—De acuerdo, yo te llevo.Con agilidad, Alejandro la alzó en brazos y la llevó hasta la cama, donde la depositó con cuidado. Pero no se apartó; se quedó a su lado, observándola.—¿Puedes salir, por favor? —murmuró ella, abriendo los ojos con fastidio.—Prefiero quedarme contigo.—Entonces no podré dormir —repuso Luciana—. No me concentro si estás aquí mirándome.Él entendió que lo estaba echando indirectamente y no supo cómo responder. Entonces, el timbre resonó. Era Amy, quien al ver que habían llegado, subió la cena. Alejandro no tuvo más remedio que ir a abrir, dándole a Luciana un instante de calma.Volvió al rato con la bandeja, pero se encontró con Luciana acostada
Entre caricias y suspiros, el silencio de la habitación se llenó de la calidez de ambos.Cuando se separaron, sintieron que sus latidos seguían el mismo ritmo. Incluso sentados en sillas distintas, la distancia se antojaba enorme. Alejandro la alzó y la sentó sobre sus piernas, volvió a tomar el cuenco y le ofreció la sopa.—Mezcla el arroz con el caldo —pidió ella, en voz baja.—¿No decías que no tenías hambre? —bromeó él.—Lloré tanto que me dio apetito…—Entendido.Mientras la ayudaba a comer, le habló con ternura:—Cuando nazca el bebé, viajaremos a Canadá para ver a Pedro. Cada vez que extrañes a tu hermano, podemos ir. Ya le pedí a Balma que te mantenga informada y hagan videollamadas a diario. Está bien que te preocupes, pero no te angusties de más, ¿vale?—Sí, lo sé.—Buena chica.Tras la cena, Alejandro la ayudó a darse un baño relajante y a remojar los pies, e incluso se aseguró de que tomara su medicamento. Se acurrucaron juntos a ver un programa de TV y finalmente se quedar
Antes, Fernando había vivido con el único propósito de regresar y recuperar lo que creía perdido con Luciana, trabajando cada día por un futuro juntos. Sin ese objetivo, se había quedado sin motivación.Era la desolación total.Al darse cuenta de la gravedad de la situación, Luciana se llevó una mano a la boca, conteniendo el llanto. “Fer… ¿hasta ese punto me amabas?”, pensó.Con la voz quebrada, se obligó a decir:—Fer, descansa. Voy a venir a verte de nuevo, ¿está bien?Él se sobresaltó un poco.—¿Vas a volver?—Sí. —Luciana asintió—. Pero prométeme que vas a descansar bien y a seguir tu tratamiento, por favor.Los ojos de Fernando vibraron de emoción.—Está bien, lo haré.—Eso espero.Se dio la vuelta y salió. Apenas avanzó unos pasos por el pasillo, sintió que las piernas le flaqueaban y se aferró a la baranda, llorando sin poder contenerse:—Fer… ¿por qué? ¿Cómo llegaste a esto?Sus sollozos eran tan fuertes que casi perdía el equilibrio. Fue Simón quien llegó a sostenerla:—Cuñad
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p
Luciana entendió, pero para ella el matrimonio no era un juego, por lo que dudó, mientras negaba con la cabeza.—No es necesario, ¿por qué no intentas hablar con tu abuelo…?Sin embargo, no pudo terminar su frase, cuando él la interrumpió.—Como condición, te daré una compensación económica. —El semblante de Alejandro no cambió en lo más mínimo, su tono era tranquilo y sin emociones.¿Compensación económica? Luciana se quedó atónita, y no fue capaz de pronunciar las palabras con las que pensaba rechazarlo. Después de todo, todavía necesitaba el dinero para el tratamiento de su hermano y ella había acudido a la familia Guzmán por ese motivo.—Solo tienes que aceptar, y te daré el dinero que necesites —añadió Alejandro, al notar que ella vacilaba.Luciana permaneció en silencio unos segundos, antes de asentir.—Está bien, acepto.Alejandro bajó la mirada, ocultando el frío desprecio que asomaba en sus ojos. ¡Qué barata había resultado! No tenía problema en venderse por dinero. Sin em
Luciana se tambaleó y casi perdió el equilibrio.—Señor, ya está aquí. Su abuelo está estable, solo un poco débil, necesita descansar y cuidarse bien —dijo el médico, quien acababa de revisar a Miguel, al ver a Alejandro—. Presta atención a su dieta y, sobre todo, asegúrate de que esté de buen ánimo. Lo más importante es que esté feliz y sin preocupaciones.Acto seguido, salió de la habitación, dejándolos a los tres a solas. Miguel, medio recostado, les hizo una señal para que se acercaran.—Alex, Luci, hoy se casaron, ¿no te dije, Alex, que debían disfrutar de su luna de miel y no venir a verme?—Señor Guzmán —dijo Luciana, y tragó saliva con nerviosismo—, lo siento…—¿Aún no cambias la forma de dirigirte a mí? Además, ¿por qué te disculpas? —preguntó Miguel, desconcertado.—Yo… —comenzó a responder, pero Alejandro la interrumpió con un leve tirón de su muñeca. —Luciana quiere decir que, dado que aún está hospitalizado, no podíamos concentrarnos en nuestra luna de miel, así que de