—Esa… —soltó Clara con desprecio—. ¿No decían que no había vendido su órgano? ¡Por favor! Ella tenía planeado adueñarse del dinero de la familia desde el principio.
Mónica sintió cómo su mundo se tambaleaba. No podía asimilarlo. ¿No era ella la hija consentida de su padre? Con cada nueva revelación, su corazón se encogía. ¿Cómo podía ser que se hubiera enterado de todo esto al final?
—¿Por qué…? ¿Por qué tenía que pasar algo así?
En ese momento, la enfermera se asomó.
—El paciente despertó. Pueden pasar a verlo.
—Tu padre recuperó la conciencia. Vamos —dijo Clara, acercándose a la silla de ruedas de Mónica—. Hazme caso: habla con él y ponlo de tu lado. ¡Siempre te ha querido más que a nadie!
Entraron a la habitación. Ricardo, aunque con el rostro algo pálido, parecía estable. Las miró de reojo.
—Ya llegaron.
—Papá… —Mónica se aproximó a la cama y tomó su mano—. Mamá se puso un poco intensa, lo siento mucho. Fue su culpa, y ya le llamé la atención.
Ricardo observó a su hija, con la deci