—Déjalo; no está de humor. Que se marche si quiere.
***
Dentro del auto, Sergio le preguntó:
—Alejandro, ¿a dónde vamos?
Reclinado contra la puerta, Alejandro soltó con desgana:
—¿A dónde más? Vamos a casa.
—Entendido, Alejandro —respondió Sergio, pensando que, al final, Alejandro no podía desligarse de Luciana, pese a la supuesta “infidelidad”.
Pero al llegar a Rinconada, se toparon con una sorpresa.
Luciana no estaba.
Alejandro, sin querer creerlo, revisó dormitorio y estudio, rebuscando por todas partes… nada.
Bajó corriendo las escaleras y llamó a Amy y Felipe, quien se había quedado esa noche precisamente para ver qué sucedía.
—¿Dónde está? —exclamó, con el ceño fruncido y tironeando de su corbata, sumido en un arranque de furia.
—Pues… —Felipe estaba desconcertado—. Señor Alejandro, Luciana se fue… ¿no fue usted quien le dio a entender que podía irse?
—¿Qué tontería dices? —bufó él, indignado—. ¡Jamás le dije que se fuera!
—Lo hizo, señor —intervino Amy, quien claramente se incli