Sus palabras eran frías, pero en su interior sentía el pecho hecho un nudo. Dolía demasiado, y cuanto más dolía, más claridad adquiría.
Apoyó las manos en el pecho de Alejandro y lo apartó con delicadeza.
—Vete ya. Es muy tarde y necesito dormir —dijo, soltando un bostezo que dejaba claro lo cansada que estaba.
Alejandro titubeó un instante antes de soltarla.
—Déjame en paz. Hazlo por ti también. Alejandro, si piensas ocuparte de todo al mismo tiempo, terminarás agotado —le soltó, dándole la espalda mientras entraba de nuevo al sanatorio.
Él se quedó ahí, contemplando cómo la figura de Luciana se alejaba. ¿Soltarla? ¿Dejarla ir? Una vez creyó poder hacerlo, pero ahora… sencillamente no podía.
***
A la mañana siguiente, Balma llegó en el primer tren del día. Al pasar por la entrada del sanatorio, reconoció la camioneta estacionada. Prefirió no acercarse a curiosear y entró de inmediato al edificio.
Dentro, Luciana ya había terminado de alistarse y estaba ayudando a Pedro a lavarse la ca