Probablemente, desde el principio, había pensado celebrarlo con Mónica. «Bien», se dijo, «será mejor no volver a tomarme tantas molestias. Él no lo necesita, yo hago el esfuerzo y al final solo termino humillándome.»
Acostada en la cama, apagó la luz, dispuesta a dormir. De pronto, escuchó un leve ruido en la puerta, como si alguien estuviera maniobrando la cerradura. Se incorporó de inmediato.
Tal como temía, la puerta se abrió; la luz inundó la habitación. Alejandro entró y, sin mirar atrás, lanzó una llave sobre el sofá con indiferencia. Luciana se quedó atónita. Había olvidado que esta era su casa, y obviamente él tendría una llave de cada puerta.
Alejandro avanzó hasta llegar junto a la cama y, sin pedir permiso, se sentó en posición de loto sobre el colchón.
—¿No me dejas entrar? ¿Entonces dónde se supone que voy a dormir? Esta es nuestra habitación… la mitad es mía.
Luciana lo miró un par de segundos, asintió con la cabeza y se levantó:
—Entonces tú te quedas aquí, yo me voy a l