Con las mejillas llenas de fideos, Luciana meneó la cabeza, sin siquiera alzar la mirada. El corazón de Alejandro se oprimía; sabía que la había dejado plantada, haciéndola pasar hambre y preocupaciones.
—Mañana por la noche, ¿qué te parece? Reservaré un lugar y prometo llegar antes.
—No hace falta. —Ella negó con la cabeza y tomó una rebanada de jamón—. Esta es la última rebanada…
—Déjame traerte más. —Alejandro se apresuró a recoger el platito vacío.
Sin embargo, enseguida notó que no tenía idea de dónde podría haber más encurtidos. Revisó el refrigerador y nada.
—Tal vez llame a Amy…
—No.
—Tranquila, no es problema… —insistió él.
—Te dije que no. —La voz de Luciana se hizo más tajante; dejó su tenedor y lo miró con molestia—. ¿Por qué te empeñas en decidir por mí? ¿Puedo o no puedo opinar yo misma?
Él comprendió que estaba molesta y, con resignación, volvió a dejar el plato en su sitio:
—De acuerdo. Te escucho.
Con un suspiro cansado, Luciana continuó comiendo en silencio hasta acab