Alejandro, solo y con la cabeza llena de pensamientos acerca de lo sucedido, decidió ir tras ella, intentando suavizar las cosas.
Se colocó a su espalda y se inclinó para abrazarla: —¿Ya otra vez con los libros? Me olvidé de preguntarte… ¿cenaste bien?
La cercanía le permitió a Luciana percibir un suave aroma femenino, probablemente de algún perfume impregnado en la ropa de Alejandro. Ella no usaba perfumes, así que todo apuntaba a que venía de Mónica.
—Sí, cené con Martina —respondió sin darle mayor importancia aparente, apartándose con delicadeza y retomando el bolígrafo para continuar con sus apuntes.
Él sintió su frialdad, pero no encontraba la manera de contentarla. Lo que debía decir ya lo había dicho, y había límites que no podía prometerse a cruzar.
—Ya es algo tarde —volvió a la carga, con voz más suave—. ¿Te parece si descansamos?
Luciana, sin molestarse siquiera en mirarlo, se limitó a contestar: —Ve tú. Quiero terminar estas dos páginas antes de acostarme.
No hubo más palab