Juan sonrió con cortesía.
—Debo regresar, Alex me necesita.
—De acuerdo.
—Hasta luego.
Después de cerrar la puerta, Luciana suspiró de alivio. Menos mal que Juan no aceptó la invitación; temía que se diera cuenta de que en realidad era la primera vez que estaba ahí.
Abrió los maletines, uno por uno. Como había imaginado, Alejandro había incluido la ropa y accesorios que él mismo le había comprado. Luciana miró los objetos con una expresión indescifrable, luego separó las pocas cosas que realmente eran suyas y guardó el resto. No era cuestión de orgullo, sino de sentido común: las prendas y bolsos eran demasiado caros para ella, y ahora que ya no estaban juntos, no tenía dónde usarlos. Su vida volvería a ser simple.
En ese momento sonó su teléfono.
—¡Marti! —contestó Luciana, sonriendo—. ¿Ya llegaste?
—¡Ábreme!
Al abrir la puerta, no solo encontró a Martina, sino también a Vicente, quien la miraba con reproche.
Luciana lo miró, sorprendida.
—¿Qué miras? —Vicente frunció el ceño—. ¿Pensa