Martina creía que él no la había querido de verdad al principio.
Salvador sonrió apenas.
—Eso ya te lo expliqué: mi tipo siempre fue como tú. Y se dio la “casualidad” de que te crucé en el camino.
Martina guardó silencio, a medias convencida.
—¿Sabes? —añadió él—. En realidad no se parecen. El carácter y la energía cambian lo que uno ve en una cara. Tú y yo estuvimos en la distancia más íntima que puede haber; ¿cómo no iba a notar que no se parecen?
Ya que había abierto el tema, Salvador dejó de guardarse nada.
—Martina, sigo amándote. Y más que antes.
Al terminar, le apoyó la mano en la cabeza y le dio una palmadita suave.
—Ya te dije lo que tenía que decir. Me voy.
Se fue, y Martina se quedó sentada en la banca, inmóvil, mucho rato.
***
Cerca del mediodía, Laura le dijo:
—Encarga la comida, hija. Cuando tu papá termine el suero será la una o las dos.
—Ok.
Martina tomó el celular, pero en ese momento se abrió la puerta de la habitación. Entró Salvador.
—Buenas, doña Laura, don Carlos.