—Gracias —dijo Martina sin negarse y tomó el vaso—. Sé que no te falta dinero, así que no me voy a poner tímida… ¡bye!
Se dio la vuelta con el café en la mano y se fue. Salvador Moran se quedó donde estaba, mirando cómo su figura se alejaba. De pronto, como si ella supiera que él aún la observaba, alzó el brazo de espaldas y lo movió en un saludo.
—¡Me voy!
—Ja… —Salvador soltó una risa mínima. Recordó que, un año atrás, allí mismo la había visto por primera vez: parada en la puerta de la cafetería, dudando qué sabor elegir. Ahora, en ese mismo lugar, se despedían.
Cerró los ojos. El sol le dio de lleno en los párpados con un ardor que casi dolía.
***
Esa noche, Salvador dejó Isla Minia y regresó a Ciudad Muonio.
—¿Así nada más… cortaron? —Jacobo no salía de su asombro.
Alejandro y Jael solo lo miraron en silencio; la compasión se les notaba en la cara.
—¿Y qué otra cosa podía hacer? —Salvador forzó una media sonrisa, con amargura—. Si quiere volver a ser amigos, yo solo puedo aceptar.