Al ver lo nervioso que estaba, Martina se quedó un segundo inmóvil y luego sonrió. Quiso bromear, pero las palabras no le salieron. Suspiró bajito y asintió.
—Está bien, te perdono.
Salvador se quedó helado. La respuesta que había esperado —la que hasta en sueños había deseado— le llegaba así, sin resistencia. Le pareció más irreal que un sueño.
Tragó en seco, incrédulo.
—Martina, ¿de verdad?
—Ajá. —Ella giró la taza entre las manos, con una sonrisa franca—. ¿Alguna vez me oíste mentir? Si no te perdonara, te lo diría de frente y pelearíamos. Ya lo hemos hecho antes, ¿o no?
Se refería a los días de la isla.
Salvador asintió. Martina nunca había sido de pensar una cosa y decir otra. Tenía la mente limpia, el carácter directo.
Pero él no era ingenuo. En el gesto de ella leyó una parte de lo que pensaba. Bajó la mirada y habló casi en un suspiro:
—Me perdonaste… pero tampoco piensas volver a tener algo conmigo, ¿cierto?
Martina se sorprendió un instante; la sonrisa se le congeló. Luego as