—Mira esto… —Ivana le tendió el celular—. Lo grabé al vuelo ese día.
Martina tomó el teléfono y vio un video. En la pantalla, Salvador le cambiaba la ropa a ella, inconsciente, y le peinaba el cabello. Lo hacía con soltura y extremo cuidado, como quien ya lo había hecho muchas veces. Se le notaba el miedo de incomodarla.
Entonces recordó lo que había oído en la estación de enfermería: que Salvador solía pasar por ahí con frecuencia. Ella había pensado que solo iba a “visitarla”…
Pero, ¿así era como la visitaba?
A Martina se le tensaron las cejas. Decir que no sentía nada habría sido falso. Una marea tibia le subió desde el pecho, lenta, húmeda, persistente.
Le vino a la mente su último recuerdo nítido de Salvador: cuando, a espaldas de su familia, él se la llevó a la isla. Allí su relación se había ido al extremo. Ella había buscado cualquier forma de huir; él la había vigilado sin aflojar un segundo… Después, ella le hizo la ley del hielo. Y, más tarde, ya no recordó nada.
Con lo que