Alejandro no intentó detenerla. Se quedó observándola mientras se alejaba, con una sonrisa que no pudo reprimir. Si iba a besarlo, bien podría hacerlo bien.
«Ese toque de inocencia y provocación… sí, es definitivamente ella», pensó, sintiendo que esa mezcla lo enloquecía poco a poco.
***
A las diez de la mañana, Luciana recibió una llamada de Martina.
—¡Luci, Vicente ya está libre! Todo salió bien.
Luciana soltó un suspiro de alivio.
—Qué bueno.
Alejandro, aunque a veces podía abusar de su influencia, cumplía su palabra.
Pasó todo el día en casa, sin salir. A las siete de la noche, mientras ayudaba a los empleados a preparar la cena para el abuelo Miguel, sonó su celular.
—¿Qué haces? —preguntó Alejandro.
—Preparándole la cena a mi abuelo.
—¿Y me has extrañado? —El cambio de tema la tomó por sorpresa, dejándola sin respuesta.
Alejandro no pareció contento con su silencio.
—Oye, te hice una pregunta, ¿por qué no contestas?
A veces, ese hombre era tan terco como un niño. Luciana no tuvo