Capítulo 1501
Pero Salvador todavía se aferraba a una última esperanza.

O quizá se obligaba a aferrarse a ella.

—Marti.

Con la mirada baja, murmuró:

—Dime que nuestro bebé… que todavía está en tu vientre, ¿sí?

Martina abrió la boca, pero no logró pronunciar palabra. Al instante se le enrojecieron los ojos; apretó los labios, conteniéndose para no llorar.

—Habla.

Salvador dio dos pasos, le sujetó los hombros con brusquedad y estalló:

—¡Martina! ¡Mírame! ¡A mí! ¡Dime que está bien! ¡Que no nos dejó! ¡Que su mamá no lo rechazó!

Martina, entre el miedo y la pena, negó con un hilo de voz, ahogada en sollozos.

—¿Por qué lloras?

De pronto, a Salvador también se le humedecieron los ojos. Le flaquearon las piernas; sentía el pecho como si le hubieran abierto un hueco y un viento helado, como de ventisca, se le metiera hasta el fondo. Frío y dolor. Apenas podía sostenerse.

—Dímelo. ¿Por qué lloras?

Martina solo negaba, llorando.

Todo había sido tan abrupto… y estaba demasiado débil, por dentro y por fuera.

—S
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