Martina había adelgazado mucho en las últimas semanas; Vicente también lo había notado. Pero como ella estaba casada, había preferido no mostrarse demasiado insistente.
Ese día, por fin, se animó a preguntar:
—Marti, hace poco dijiste que andabas con la digestión mal. Te vi tomar medicinas y no mejoraste. ¿Quieres que cambiemos de doctor y de tratamiento?
—Sí, pero… —Martina sonrió, con los ojos entrecerrados—. Déjalo así. Luci ya volvió. Ella va a estar conmigo.
—Bien. —Vicente asintió—. Entonces voy a exprimirte naranjas.
—Gracias.
Vicente se fue a la cocina. Mientras partía la fruta, un pensamiento le cruzó la cabeza: “Si Martina se siente mal, ¿por qué esperar a Luciana? Está casada; con los recursos de Salvador, podría traer al especialista que fuera…”. Algo no cuadraba.
Esa noche, los cuatro tuvieron una reunión pequeña y alegre. Nevaba con fuerza; Fernando Domínguez y Vicente se quedaron a dormir. La villa Herrera era grande: había cuartos de sobra.
***
Afuera del portón.
Salvad