—No sé bien cómo explicarlo… —Luciana frunció el ceño, con una corazonada difícil de nombrar—. Hay que hablar con Enzo. Creo que Domingo es el problema. ¡Encuéntrenlo y vigílenlo!
—De acuerdo.
Alejandro no preguntó más y fue directo con Enzo.
—¿Luciana lo dijo? —confirmó Enzo.
—Sí.
Los dos hombres intercambiaron una mirada. No sabían el porqué, pero confiaban en Luciana sin condiciones.
—Sus palabras exactas fueron: “Si Domingo está en Toronto, manténganlo vigilado y no lo dejen salir. Si no está, busquen la forma de traerlo de vuelta”.
—Entendido.
Para Enzo, ninguna de las dos tareas era especialmente complicada.
Esa misma noche, llegó la noticia: Domingo no estaba en Toronto. Después de soltarlos a la orilla del río Don, desapareció. Se había ido a Ciudad Muonio. Para hacerlo volver habría que mover algunos hilos y tomaría un poco de tiempo.
A la mañana siguiente, Simón despertó. Juan no se había apartado de su lado ni un segundo. Al ver abrir los ojos a su hermano, no cabía en sí de