—Entonces yo tampoco me voy.
Aunque lo hubiera “corrido”, Alejandro le sujetó la mano y no la soltó. Con esa fiebre ardiéndole la piel, ¿cómo iba a dejarla sola? Miró a la enfermera: traía una bolsa de hielo y un cuenco con alcohol, dentro dos gasas ya listas.
—Déjalo aquí. Yo me encargo.
—Pero…
—¡No! —Luciana frunció el ceño y lo fulminó—. ¿No piensas hacer caso a la doctora? Puedo estar contagiada y apenas en periodo de ventana.
—Por eso yo…
—¡Alejandro Guzmán! —lo cortó, tajante—. ¿Puedes escuchar a la profesional, por favor? Estás lleno de heridas. Tu riesgo de exposición es mil veces mayor que el de una persona sana.
—¡Me vendé todo! —se remangó, casi con ganas de arrancarse la ropa—. Mira, me cubrí bien.
En el fondo no quería irse. No podía. En la vida hay poquísimos momentos en que alguien necesita compañía de verdad. Si él no estaba en éste, quizá Luciana igual lo resistiría; pero su ausencia, en una noche como esta, no se remienda jamás.
—Luci —se arrodilló sobre una rodilla y