—Ay… —Enzo dejó escapar un suspiro largo, y luego otro más.
Alejandro creía que nadie lo había visto escabullirse. ¿Cómo no? Esa era su casa.
No solo él lo notó; Lucy también.
—¿Y esos suspiros? —Lucy lo miró divertida y le rodó los ojos—. Fue a acompañar a Luciana, no a hacerle daño a tu hija.
—Lo sé… —Enzo asintió, con un gesto enredado de emociones—. Es que… —se quedó atorado y negó con la cabeza—. Olvídalo, no lo vas a entender.
—¿Ah, sí? —Lucy alzó la ceja—. Qué raro: ¿desde cuándo me hablas así? ¿Te crecieron alas?
—No es eso… —Enzo frunció el ceño, de veras inquieto, con una mano en el pecho—. ¡Ser papá no es lo mismo que ser mamá! Y cuando se trata de una hija… Lucy, no entiendes lo que siente un padre viejo cuando ve a un hombre entrando de noche al cuarto de su niña…
—¿Y qué siente? —A Lucy casi se le escapa la risa—. Recuerda esto: que Luciana haya querido venir a buscarnos y aceptar nuestra ayuda ya es un milagro. Y te aviso: a este yerno tú y yo no tenemos derecho a “escog