Luciana avanzaba casi doblada en dos; cada paso era una hazaña. Tenía la atención clavada en el piso y hasta contenía el aire para no descompensarse.
—¡Hey!
De pronto, alguien saltó frente a ellos.
Luciana se sobresaltó; trastabilló y, por un pelo, no se fue de bruces. Apretó los dientes y logró mantener el equilibrio. Respiró hondo, miró al desconocido con recelo.
—Ja, ja…
Era un hombre de rasgos caucásicos, melena castaña, tan sucia y enmarañada que hacía nudos. La ropa, hecha harapos. El olor que despedía le golpeó a Luciana la nariz; frunció el ceño. Una mala espina le trepó por la nuca.
—¿Eres mexicana? —al verla bien, el tipo se excitó de golpe—. ¿Eres mexicana, sí?
Por la sangre mezclada de Enzo y de Lucy, en ella predominaban las facciones latinas; el pómulo marcado, los ojos oscuros. A cualquiera le habría parecido mexicana de un vistazo.
Pero Luciana no tenía cabeza para aclararlo. Algo en la mirada del hombre estaba… mal. Dio dos pasos hacia atrás por puro instinto.
—¡Quiete