Todo alrededor estaba en silencio.
Luciana se acercó y se arrodilló junto a Alejandro.
—Cárgala y déjala dormir en la salita de descanso.
Ya lo había previsto: Alba no aguantaría la noche. Junto al velorio había una sala de descanso; la peque podía dormir sin problema.
—No pasa nada, la cargo un ratito más.
Alejandro negó con la cabeza. “¿Cuántas veces más podré cargarla así?” No quería soltarla, y Luciana no insistió. Tomó una manta y arropó a Alba.
—Ale.
Con los hombros apenas rozándose, Luciana dijo en voz baja:
—Aquí no hay nadie más. Si te duele, ¿quieres hablar conmigo? O… hacer lo que necesites.
Por ejemplo, llorar.
En todo el día no lo había visto derramar una sola lágrima. Aunque hombres y mujeres vivan el dolor distinto, ella creía que en momentos así el corazón duele igual.
Alejandro se quedó un segundo inmóvil; la mirada se le ablandó, y dejó ver desamparo y confusión. Sabía que su abuelo era mayor y que la enfermedad lo había ido desgastando; haberlo tenido tanto tiempo ya