Cierto, Luciana sintió el corazón tamborilearle.
Que alguien estuviera dispuesto a romper sus principios por ella —y, encima, ese alguien fuera justo a quien amaba— resultaba tan tentador como vergonzoso.
—N-no. —Negó con la cabeza y, a duras penas, murmuró—: Reconozco que le debo mucho, pero… no es solo una deuda…
—¡Basta!
Alejandro no quería oír más. Le apretó los hombros y la obligó a mirarlo de frente.
—¿Y yo? ¿No me debes nada? ¿Nada que saldar conmigo?
—Ale… —frunció el entrecejo; nadie imaginaba la guerra interna que libraba para no ceder.
—Soy yo quien te falló.
¡Otra vez lo mismo!
Tan agotada y ni siquiera era capaz de volverse a mirarlo…
Alejandro soltó una risa amarga:
—Vaya forma de meterme donde no me llaman.
Luciana abrió los labios, sin saber qué decir.
—Piénsalo bien. —Él apretó la mandíbula, como si se hablase a sí mismo—. Cuando me vaya hoy, tu vida dejará de importarme. El día que nos crucemos, seremos dos desconocidos que apenas se saludan.
Volver a ser “amigos” nun