Luciana se quedó pasmada al verlo; ¿cuándo había llegado? ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Por qué?
—¿Ya regresaste? ¿Por qué tan tarde? —Alejandro se plantó frente a ella; al notar el cansancio en su rostro, la rabia le subió por las venas.
—Eh… El trabajo estuvo pesado.
—¿Trabajo? —soltó una risita sarcástica—. ¿Vienes del hospital?
Antes de que contestara, gruñó:
—Mírame. Nada de mentiras.
Luciana alzó la mirada, atrapada por aquellos ojos. No pudo articular ninguna excusa.
—¿Te quedaste muda? —se burló él—. Entonces lo digo yo: vienes de la casa Domínguez, ¿verdad?
Ella apretó los labios y guardó silencio.
—¡Increíble! —Alejandro soltó un bufido—. ¿La familia Domínguez está tan quebrada que no puede pagar un cuidador?
—No es eso…
—¿“No” qué? —zanjó, con el ceño sombrío—. Eres médica: después de todo el día en consulta acabas agotada. Y encima tienes a Alba; aunque esté Elena para ayudarte, a tu hija no la reemplaza nadie.
¿Y todavía pretenden que vayas de noche a cuidar a Fernando?
—Al