—¿En serio? —Luciana abrió grandes los ojos y repasó de arriba abajo a su compañero—. Pues no lo parece; no es que la niña haya crecido de prisa, es que tú no aparentas la edad.
—Deja de adular. —Mario soltó una carcajada y le extendió una tarjeta rígida—. Toma; me la encargó Antonia.
—¿Para mí? ¿Qué es? —Luciana la desdobló, intrigada.
Mario explicó:
—Antonia cumple veinte; este fin de semana hace una fiesta en su casa y me pidió que la «doctora favorita» no falte.
—¡Vaya honor! —alzó una ceja—. Así que caigo bien entre la chaviza.
—¿Chaviza? —él soltó aire por la nariz—. Apenas le llevas unos años y ya la llamas “niña”. Para mí, ustedes dos siguen siendo chamacos.
—¿Eh? —Luciana terminó de leer la invitación—. ¿En Lago Escondido?
Hacía tiempo que no oía ese nombre. Recordó cuando Alejandro se peleó con Alberto Delgado por ese terreno… con su ayuda. Toda la zona la ocupaban clubes de lujo; montar ahí un cumpleaños no era cualquier cosa.
Mario captó la sorpresa:
—Antonia es hija de los