—¡Dulces! —Alba lo distingue al instante.
—¡Exacto!
Victoria destapa el frasco.
—Son gomitas de osito. —Mientras habla, le toma la manita—. ¿Traes las manos limpias, mi vida?
—Limpias —Alba clava los ojos en el bote de caramelos.
Victoria las revisa con cuidado.
—Mmm… sí, están limpias.
Solo entonces deja caer unas cuantas en su pequeña palma.
—Anda, cómelas.
Alba se mete una a la boca y Victoria le pregunta, sonriente:
—¿Rica? ¿Te gusta?
—Muy rica —asiente con los ojos bien abiertos.
Su ánimo parece un poco mejor que antes.
Luciana suelta el aire sin que se note.
Lo que más le preocupa es Alba; que Victoria la trate bien es lo mejor que podía pasar, aunque sabe que lo hace solo por Fernando.
***
Una vez instaladas en la villa Herrera, Luciana terminó su descanso anual y volvió al hospital.
Los días se volvieron un torbellino de trabajo,
y eso le venía bien: así pensaba menos.
Aun así, cuando llegaba la madrugada, el sueño se le negaba.
Un día, luego otro, el insomnio empeoró.
Sin sali