—Llegamos —anunció Alejandro sin moverse del asiento—. Mi pierna no coopera; y aunque cooperara, supongo que no me necesitas… Baja tú sola, ¿sí?
—Gracias, yo me bajo.
Luciana abrió la puerta y descendió. Él la siguió con la mirada, pero no bajó el cristal.
Pasaron varios segundos, hasta que su figura desapareció calle adentro; solo entonces el chofer se atrevió a preguntar:
—¿Nos retiramos, señor Guzmán?
—Sí, vámonos.
Mientras el auto se incorporaba al tráfico, Alejandro meditó un instante y sacó el celular.
—Ale.
—Consígueme a alguien que siga a Luciana: a dónde va, qué hace, con quién se reúne… Quiero cada detalle.
—Entendido.
Aquella noche Martina llegó a la villa Herrera. Recorrió la planta baja admirada.
—Vaya, quedó increíble.
De niñas habían sido compañeras; Martina recordaba vagamente la casa, pero desde que la madrastra de Luciana se mudó, casi no había vuelto.
—Claro. —Luciana le sirvió una taza—. Mamá la escogió y definió todas las terminaciones. Tenía muy buen gusto.
Martin