Capítulo 1111
Alejandro resbaló sobre el barro.

—¿Alex? —Simón  volteó con alarma—. ¿Está bien?

—Todo bien. —Sacudió la cabeza: un instante de distracción y pisó en falso—. Sigue adelante, no te preocupes por mí.

—Como ordene. —Simón alzó el radio portátil—. Si pasa algo, avíseme.

—Ajá.

La vereda era inhóspita y, con las horas, el semblante de Alejandro se volvió cada vez más tenso. Después de saber que Luciana seguía viva solo rogaba que el destino no se la devolviera hecha trizas. No por él, sino por el dolor que pudiera sentir ella.

Se detuvo; Simón le acercó una botella.

—Descanse un momento.

Alejandro tomó el agua, pero se quedó helado y palpó los bolsillos.

—¿Qué pasa, jefe?

—¿Dónde están mis dulces? —Frunció el ceño, buscó de nuevo. Nada.

—Los traía en el bolsillo… —recordó Simón; la bolsa era grande. Pero había desaparecido.

—No están… —un latido seco le martilló el pecho. Era una pésima señal que justo el azúcar para Luciana se hubiera extraviado.

—Voy a rastrear.

—¡Alex! —Simón no logró de
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