—Dile que yo voy por su mamá…
—Claro, señor Guzmán.
Cumplidas las indicaciones, Simón regresó con el uniforme táctico.
Alejandro se lo puso sin perder tiempo. No era solo que no pudiera quedarse de brazos cruzados; mientras más manos buscaban, más posibilidades había. Y tal vez, justo la suya fuera la que diera con ella.
—Vámonos.
Antes de salir, sonó el celular: era Enzo Hernández. Alejandro reconoció el número de un vistazo. ¿Tendría novedades?
—¿Sí?
—Señor Guzmán, le mando una imagen; revísela, por favor.
—De acuerdo.
Sin cortar la llamada abrió la foto. Una risita irónica se le escapó.
—¿Pretendes que esto sea “la ubicación”? ¿Sabes lo enorme que es esa zona?
—Lo siento —respondió Enzo, exhausto—. La tiraron al azar; solo pude acotar tanto.
—¿“Tiraron”? ¿Cómo que la tiraron? —La furia le subió a la garganta.
Silencio.
—¡Maldita sea! ¿Luciana es mercancía o qué? ¿“La tiraron” dónde?
Enzo aún callaba; él mismo se quedó helado cuando lo supo. ¿Qué clase de “maniobra” es arrojar a una