El golpe de “canto de mano” que Juan le dio a Alejandro no fue fuerte; apenas lo hizo perder el sentido un instante.
En cuanto abrió los ojos vio a Alba sentada junto a la cama, los ojos hinchados de tanto llorar.
—Alba…
Se incorporó de golpe y la estrechó con fuerza.
—Papá —balbuceó la niña entre sollozos—, ¿a mamá le pasó algo?
No entendía el caos, solo que los adultos estaban asustados. Papá había vuelto cargado; mamá, en cambio, no aparecía.
A Alejandro se le estrujó el pecho. Negó al instante:
—No, mi amor, mamá está bien. No le pasó nada, ¿ok?
Era un consuelo para ella… y para sí mismo.
—Pero… —parpadeó—. Si está bien, ¿dónde está mamá?
¿Cómo contestar a eso? Tragó el nudo que le bloqueaba la garganta y se obligó a sonreír.
—¿Confías en mí?
—Sí —asintió, con lágrimas colgando.
—Entonces escucha: te prometo que voy a traer a mamá de regreso.
La niña respiró un poco mejor, pero insistió:
—¿Cuándo? ¿En cuánto tiempo vuelve?
—Muy pronto. Come bien, duerme bien y verás que al amanecer