Aunque lo anunció tapándose la cara, Alba terminó espiando a través de los dedos; al ver a su mami y su tío besarse, la pequeñita casi no cabía de felicidad.
Las chicas que rondaban a Alejandro por fin desistieron.
—Vámonos, el tipo está feliz con su esposa.
—Qué lástima.
—¡Tan joven y ya casado, con criatura y todo!
—Se casó en plena flor de la vida…
Al final eligieron el patito que a Alba más le gustó. Con el flotador bajo un brazo y de la mano de la niña, Alejandro llegó a la playa.
—Ve tú con ella —dijo Luciana, que prefería no meterse aún al mar—; yo me estiro un rato aquí.
—Vale. Cuando quieras agua, llamo a Simón para que me eche una mano.
—Hecho.
Padre e hija se alejaron; Luciana se acomodó en la tumbona, el viento salado le entumía el cuerpo y casi volvió a dormirse.
Entre el vaivén de gente creyó distinguir, fugaz, una silueta familiar.
¡¿Qué…?! Se quitó los lentes oscuros, enfocó… y nada: aquel perfil se había esfumado.
Estuvo a punto de gritar «Alejandro», pero se contuvo.