Pasaron el día entero en la playa; Alba terminó rendida y Alejandro la llevó dormida en brazos.
—Señor Guzmán, déjemela a mí —pidió Elena. Tomó a la niña sin que esta se inmutara y desapareció pasillo adentro.
Quedó un silencio repentino.
—¿Estás cansada? —preguntó Alejandro a Luciana.
—Todavía aguanto —respondió ella, sonriendo. No eran ni las ocho; para un adulto la noche apenas comenzaba… y estaban de vacaciones.
—Entonces… —alzando una ceja—. ¿Salimos otra vez?
—¿Ahora? —Luciana dudó.
—Claro. Alba está acompañada y no va a despertarse antes del amanecer.
—Pero…
—Sin peros —le tomó la mano y tiró suavemente de ella.
Salieron y subieron a un descapotable. Alejandro recogió el toldo: el viento tibio les acariciaba el rostro.
Luciana apoyó el codo en la puerta; el cabello corto se le echó hacia atrás, dejando el rostro limpio y luminoso bajo la luna.
—¿Vamos a la orilla? —murmuró él, la voz más grave.
Esa noche había un cóctel junto al mar; a lo lejos se veía la gente congregada, tan a