En la villa Trébol.
—¡Hum!
Alba, furiosa, alzó su mano regordeta y tiró el lápiz.
—¡No escribo más!
Elena se apresuró a recogerlo.—¿Por qué, mi amor? A ver, déjame ver…
Uf, la verdad era ilegible. ¿Cómo consolarla?
En eso, Alejandro bajó las escaleras.
Alba, molesta, no corrió a sus brazos como de costumbre.
—¿Qué pasa aquí?
Se sentó a su lado; por la sutura reciente no pudo alzarla.
—¿Nuestra princesa está enojada?
—Hum.
Alba frunció los labios; de pronto la invadió la frustración: los ojazos se pusieron rojos y las lágrimas empezaron a caer en cascada.
—¡Escribo horrible, soy una tonta! ¡Buaaa!
Cuanto más lo decía, más se acongojaba, y acabó llorando a pleno pulmón, con la carita al cielo.
—No llores.
Alejandro no soportaba ver a la peque hecha un mar de lágrimas.
Era curioso: no llevaba su sangre, y aun así, en cuanto ella lloraba, sentía que el corazón se le retorcía.
Abrió los brazos. —Ven, al abrazo de papá.
—¡Papá!
Con Luciana fuera de casa, padre e hija se daban ciertas licenci