Luciana se incorporó de un salto en la cama.
—¿Grave?
—No lo sé. Yo voy para allá; vente rápido.
Colgó. Se vistió con premura y bajó hasta el vestíbulo, donde Patricia, despertada por el revuelo, asomó preocupada.
—¿Qué sucede, doctora Herrera?
—Un choque. Alejandro va al hospital; me haré cargo. Por favor, tú y Elena cuiden de Alba.
—Claro, váyase tranquila.
Simón ya la esperaba en el coche. Llegaron a urgencias casi al mismo tiempo que Sergio.
—Lo acaban de pasar a quirófano. Entró inconsciente —informó él.
Luciana frunció el ceño: ser médico le enseñó que “inconsciente” podía significar mil cosas. El estómago se le revolvió de ansiedad.
—Siéntate, Luciana —sugirió Sergio—. Tu pierna aún no está del todo bien; la cirugía puede tardar.
Aceptó y se dejó caer en la banca.
—Luciana… —alzó la vista y vio a Juana acercarse. Llevaba la ropa manchada de sangre y varias gasas en los brazos—. Debes de estar destrozada. Lo siento, todo fue por mi culpa…
Luciana parpadeó, sin entender. Miró a Se