—Ni idea —reconoció María, algo apenada. Llevaba poco tiempo en Casa Guzmán; conocía pocos detalles de la familia.
—A nuestro señor Alejandro —reveló Miguel con los ojos brillantes—. Esos ojos grandes, la nariz respingada y la boquita de cereza… ¡igualitos a cuando él era niño!
Los mayores cercanos a la familia recuerdan que, de pequeño, Alejandro era tan lindo que parecía una nena. Con los años su rostro se volvió más varonil, los rasgos se afinaron… y, mira tú, su “hija” heredó aquella belleza intacta.
—Ojalá Alba conserve ese encanto —suspiró Miguel—. Aunque, la verdad, con esos genes siempre será preciosa. Y, al fin y al cabo, es nuestra princesita; el aspecto físico es lo de menos.
Justo en ese momento Alejandro regresó de la llamada y alcanzó a oír la conversación. Alzó la vista hacia el jardín: la mirada le cayó en la carita de Alba. ¿De verdad era su copia de niño?
Con treinta años ya no recordaba su propio rostro infantil, pero sonrió. El abuelo es un romántico…
Claro que Alba