—¿En serio?—Sí, de verdad. Estoy a punto de llegar. No te angusties.—Bien, manejen con cuidado.Al colgar, Luciana no pudo reprimir una sonrisa, lo que no pasó desapercibido para Martina, quien la miró con picardía:—Vaya, el señor Guzmán te tiene como un barómetro de emociones. Por esa cara veo que… ¿sí? ¿Ya viene?—Sí, está en camino. Dice que llega pronto.—Menos mal. Pedro se iría más tranquilo si ve a su cuñado.***Mientras tanto, en la carretera que conducía al aeropuerto, Alejandro colgó y se dirigió a su chofer:—¡Acelera todo lo que puedas!—Sí, señor Guzmán.Pero el destino tenía otros planes. De pronto, el chofer tuvo que frenar de golpe, lanzando a Alejandro contra el respaldo del asiento.—¿Qué sucede? —gruñó él, sin ocultar su irritación.—Disculpe, señor Guzmán… —el hombre transpiraba de los nervios—. Creo que hubo un choque. Al parecer, un tráiler se estrelló contra un autobús.De hecho, se veía la zona del accidente delante de ellos. El camión y el autobús estaban a
—Hermana… —musitó el chico, asintiendo mientras se inclinaba para abrazarla. Le sacaba varios centímetros de estatura, así que la envolvió con sus largos brazos—. Me esforzaré, te lo prometo.—Sí… —replicó Luciana con un hilo de voz—. Aquí te espero.Finalmente se separaron. Juan y Balma guiaron a Pedro hacia el control de seguridad. El muchacho se volvió por última vez para agitar la mano en dirección a su hermana.—¡Pedro! —Luciana se paró de puntillas—. ¡Buen viaje!Él esbozó una sonrisa y continuó su camino, hasta que su silueta se perdió de vista. Incapaz de contenerse, Luciana se apoyó en Martina y rompió en llanto, recordando a aquel niño con el que había convivido catorce años, siempre juntos.Martina la abrazó con suavidad, sin decir nada, acompañándola en su dolor.De pronto, el teléfono de Luciana vibró. Era un mensaje de Pedro: una foto suya, ya sentado en el avión, haciendo una señal de victoria con los dedos y una sonrisa enorme.—Ay, este niño… —dijo Luciana, entre risas
Ella cerró los ojos con cansancio:—Suéltame.Pero él no quiso aflojar el abrazo.—Luciana, si estás enojada, descárgalo conmigo; regáñame, lo que quieras. Pero no te lo quedes dentro, por favor.Se notaba su afán por complacerla, pero ella se mantuvo impasible.—Suelta… solo quiero recostarme un rato, no deseo hablar.—De acuerdo, yo te llevo.Con agilidad, Alejandro la alzó en brazos y la llevó hasta la cama, donde la depositó con cuidado. Pero no se apartó; se quedó a su lado, observándola.—¿Puedes salir, por favor? —murmuró ella, abriendo los ojos con fastidio.—Prefiero quedarme contigo.—Entonces no podré dormir —repuso Luciana—. No me concentro si estás aquí mirándome.Él entendió que lo estaba echando indirectamente y no supo cómo responder. Entonces, el timbre resonó. Era Amy, quien al ver que habían llegado, subió la cena. Alejandro no tuvo más remedio que ir a abrir, dándole a Luciana un instante de calma.Volvió al rato con la bandeja, pero se encontró con Luciana acostada
Entre caricias y suspiros, el silencio de la habitación se llenó de la calidez de ambos.Cuando se separaron, sintieron que sus latidos seguían el mismo ritmo. Incluso sentados en sillas distintas, la distancia se antojaba enorme. Alejandro la alzó y la sentó sobre sus piernas, volvió a tomar el cuenco y le ofreció la sopa.—Mezcla el arroz con el caldo —pidió ella, en voz baja.—¿No decías que no tenías hambre? —bromeó él.—Lloré tanto que me dio apetito…—Entendido.Mientras la ayudaba a comer, le habló con ternura:—Cuando nazca el bebé, viajaremos a Canadá para ver a Pedro. Cada vez que extrañes a tu hermano, podemos ir. Ya le pedí a Balma que te mantenga informada y hagan videollamadas a diario. Está bien que te preocupes, pero no te angusties de más, ¿vale?—Sí, lo sé.—Buena chica.Tras la cena, Alejandro la ayudó a darse un baño relajante y a remojar los pies, e incluso se aseguró de que tomara su medicamento. Se acurrucaron juntos a ver un programa de TV y finalmente se quedar
Antes, Fernando había vivido con el único propósito de regresar y recuperar lo que creía perdido con Luciana, trabajando cada día por un futuro juntos. Sin ese objetivo, se había quedado sin motivación.Era la desolación total.Al darse cuenta de la gravedad de la situación, Luciana se llevó una mano a la boca, conteniendo el llanto. “Fer… ¿hasta ese punto me amabas?”, pensó.Con la voz quebrada, se obligó a decir:—Fer, descansa. Voy a venir a verte de nuevo, ¿está bien?Él se sobresaltó un poco.—¿Vas a volver?—Sí. —Luciana asintió—. Pero prométeme que vas a descansar bien y a seguir tu tratamiento, por favor.Los ojos de Fernando vibraron de emoción.—Está bien, lo haré.—Eso espero.Se dio la vuelta y salió. Apenas avanzó unos pasos por el pasillo, sintió que las piernas le flaqueaban y se aferró a la baranda, llorando sin poder contenerse:—Fer… ¿por qué? ¿Cómo llegaste a esto?Sus sollozos eran tan fuertes que casi perdía el equilibrio. Fue Simón quien llegó a sostenerla:—Cuñad
—¡Luciana! —exclamó Alejandro, dando un paso.—¡Ni se te ocurra interferir! —lo cortó ella con un grito helado, sin darse la vuelta.—¿Qué… qué piensas hacerme? —sollozaba Mónica.Luciana inspeccionó el mueble del lavabo, encontró una pequeña hoja de afeitar y la levantó con una sonrisa siniestra.—¿No lo oíste? ¡Voy a complacerte!Cada palabra salía de sus labios con un filo gélido. Con un agarre firme, levantó el brazo de Mónica y le presionó la cuchilla contra la arteria principal.—Será rápido. Soy bastante habilidosa. No sentirás mucho dolor. Con un solo tajo, te “liberaré”…Los ojos de Luciana brillaban con un resentimiento profundo. Empezó a ejercer más fuerza sobre la muñeca de Mónica.—¡Aaah…! —chilló Mónica, horrorizada, su cuerpo se tensó y trató de zafarse—. ¡No, suéltame! ¡No lo hagas!—¿Por qué te resistes? —inquirió Luciana, fingiendo extrañeza—. Tú misma pedías la muerte. Deberías darme las gracias y aceptar gustosa, ¿no?—¡No! ¡No…! —Mónica negaba con la cabeza, empapa
Alejandro entrecerró los ojos mientras observaba a Luciana. Le vino a la mente la idea de qué pasaría si, alguna vez, ellos dos se separaran… ¿se lanzaría ella a atacar a quien interrumpiera su felicidad, del mismo modo que hoy defendía a Fernando?Pero enseguida desechó la idea. Era demasiado aterradora, demasiado ajena a su realidad. Él no iba a perderla, nunca.Se acercó con cautela y se sentó junto a ella. No dijo nada, esperando a que fuera Luciana quien rompiera el silencio. Y así fue.Volteando hacia él, con un leve atisbo de sonrisa amarga, dijo con serenidad:—Hace un rato, ¿por qué me detuviste cuando yo quería “ayudarla” a morir?La pregunta lo tomó por sorpresa.—¿Te cuesta responderme? —insistió Luciana, viendo su vacilación.Alejandro guardó silencio. Ella curvó los labios con una sonrisa triste.—Te doy una pista: ¿te preocupaba que Mónica muriera, o más bien que yo me convirtiera en una asesina? ¿Qué es lo que más te asusta?—¡Luciana! —La miró con reprobación.—Contést
Dándose la vuelta, subió al auto. Luciana observó cómo se marchaba, y no pudo evitar una sonrisa irónica. Se notaba que a él no le gustaba nada la situación. “¿Teme que le sea infiel?”, pensó ella. “No importa. Que sienta un poco de lo mismo que yo experimento cada día.”***Ya era bastante tarde cuando Alejandro terminó su trabajo y regresó al apartamento de Luciana. En lugar de irse a su propia vivienda, se arriesgó a despertarla y se adentró en su habitación. Hizo lo posible por no hacer ruido, pero al acostarse, Luciana se despertó:—¿Por qué viniste?—Te extrañaba —murmuró él, abrazándola—. Me cuesta dormir si no estoy contigo.Luego le acarició el cabello y añadió:—Tranquila, duerme.Luciana, adormilada, no preguntó más, y al inhalar su aroma, Alejandro por fin sintió algo de paz.A la mañana siguiente, cada cual siguió con su rutina. Durante el desayuno, ella soltó de repente:—Hoy iré al hospital un rato.Él se tensó. No hacía falta preguntar a quién iría a ver: seguro que no