Él sintió que los ojos le brillaban como fuegos artificiales.—Fuiste tú quien me provocó.Sin perder tiempo, la llevó hasta la cama y la recostó con cuidado, inclinándose para besarla con más intensidad. Pero Luciana se puso nerviosa, lo empujó con la mirada humedecida:—No, por favor…—Tranquila —murmuró él, con la voz ronca pero dominando sus impulsos—. Sólo te besaré y te abrazaré… nada más.Ella, sin embargo, lo miró con los ojos bañados en un llanto que no llegaba a soltar y sacudió la cabeza con determinación:—No… no quiero. Me siento fea.Durante el embarazo su cuerpo había cambiado, y Luciana no se hallaba precisamente atractiva. Alejandro comprendió de inmediato y casi se rió con ternura.—¿Fea? Claro que no. Para mí, siempre estás hermosa.—Mmm… —ella no pudo contestar mucho más.Esa mañana, Alejandro llegó tarde a la oficina. Postergó la reunión una hora y, aun así, apareció luciendo una actitud de euforia que no se molestó en ocultar. Nadie podía pasar por alto el sonrojo
—¿Hmm? —Luciana se sorprendió un instante. Luego recordó el encuentro entre Enzo y Alejandro, y esbozó una suave sonrisa—. Es mi esposo.—¿Tu esposo? Ya lo sospechaba.Por un segundo, el gesto de Enzo pareció tensarse, pero pronto continuó:—Entonces… ¿te trata bien?Luciana bebió un sorbo de su jugo con leche. Al oír la pregunta, se acordó de la ocasión en que Enzo y Alejandro se vieron, que no fue muy agradable. Tal vez Enzo había sacado conclusiones equivocadas.—Lo del otro día… él se dejó llevar. Te ofrezco una disculpa en su nombre.—No te preocupes —respondió Enzo, restándole importancia—. Pero aún no me has dicho: ¿te trata bien?Esa vez, Alejandro casi pierde la cabeza y se lanza contra Enzo, así que cualquiera habría pensado que no era alguien fácil de tratar. Aun así, a Luciana le resultaba extraño: apenas había ayudado a Enzo un par de veces, y de manera casual, pero él parecía preocuparse demasiado por ella. ¿Era su forma natural de ser, o había algún motivo más profundo?
—¡Cof, cof! —Martina, que justo estaba tomando agua, se ahogó por completo—. ¡Cof, cof…!—¿Estás bien? —Luciana se inclinó a darle palmaditas en la espalda—. Toma con calma. ¿No se te habrá ido por el otro lado?Como estudiante de medicina, sabía lo peligroso que era si de verdad el líquido se iba a los pulmones.—No, ya estoy… —Martina hizo un ademán con la mano, el rostro encendido—. Es solo que… es inesperado que saques el tema de Salvador. ¡Ese hombre es un verdadero caso especial!…Para que Luciana no se cansara, decidieron no extender mucho la caminata. Alrededor de las tres de la tarde, regresaron al apartamento de ella y todavía tenían tiempo para una siesta.Mientras se cambiaba de ropa, Luciana recibió la llamada de Alejandro.—¿Ya estás en casa?Él sabía que había salido y calculaba que a esa hora estaría de vuelta.—Sí, ya llegué y planeo descansar un rato. ¿Tú qué haces? ¿Por qué llamas a esta hora?Para ella era media tarde, pero en Estados Unidos seguramente era de madr
—Ah, claro.Tras firmar, el mensajero metió una caja larga en el apartamento y le preguntó:—¿Desea que lo abra por usted?—Sí, gracias.La caja era bastante grande y se veía engorrosa. Con habilidad, el mensajero cortó la cinta y desenvolvió el cartón. Dentro había algo empaquetado al vacío y, a simple vista, era difícil saber de qué se trataba.—Listo, con esto me retiro. Le agradeceríamos una valoración de cinco estrellas.—Claro. Que vaya bien, gracias.El mensajero se despidió satisfecho. Luciana empezó a rasgar el empaque al vacío y el objeto creció de golpe, casi rebotándole en la cara, lo que la asustó un poco. ¡Resultó ser un enorme cojín con forma de luna!—Vaya… —Amy soltó una carcajada—. ¿A santo de qué se le ocurrió al señor Alejandro mandarte esto? ¡Es como un juguete para niños!Era verdad que parecía algo infantil. Pero Luciana no pudo evitar abrazar aquella “luna” suave y esponjosa, que además olía delicioso. Se quedó pensando en cómo Alejandro había recordado aquella
Aunque habían quedado en que Clara y Mónica no estarían ese día, ¡ahí estaban las dos!Luciana frunció el ceño de inmediato. Para colmo, notó que algo pasaba. Ricardo estaba recostado en la cama con muy mala cara, claramente molesto; Clara lucía nerviosa y cuidaba cada uno de sus gestos; mientras que Mónica trataba de calmarlo.—Papá, por favor, no te alteres. Acabas de salir de una cirugía y el médico advirtió que no debes exaltarte —dijo Mónica con voz conciliadora.—Sí, es cierto —agregó Clara, aunque con un tono bastante indiferente.—¡Hm! —Ricardo soltó un bufido y clavó la mirada en Clara—. ¿Que no debo alterarme? ¿Tienes miedo de que me muera? ¡Pues a mí me da la impresión de que estás deseando que pase!—¡Yo no he dicho eso!—¿No? Entonces explícame por qué falta dinero en la cuenta. ¿Adónde fue a parar? —Cada vez se veía más alterado—. Me operaron, estuve en cuidados intensivos, ¡y resulta que mi esposa, aprovechando mi estado, se llevó plata de la casa sin decir a dónde fue a
La habitación olía a desinfectante y se sentía el eco reciente de la limpieza profunda.—Ya casi terminamos con los trámites —continuó—. Solo estamos esperando la fecha oficial que nos mande el Instituto Wells para enviarlo.Ricardo y Luciana se quedaron callados un momento, mirándose a los ojos. Ambos entendían que Pedro se marcharía para estudiar y que no volvería pronto. Quizá pasarían años antes de su regreso… suponiendo que decidiera volver.Mientras Luciana era la hermana grabada a fuego en la mente de Pedro, su única familia directa, Ricardo sentía que con el paso del tiempo el joven acabaría olvidándolo. La idea lo llenaba de una mezcla dolorosa de añoranza y arrepentimiento: había conocido a sus hijos recién cuando creía que la muerte se lo llevaría, y de forma egoísta aceptó el trasplante de hígado de Pedro. Ahora, sin que Luciana le hubiese dado su perdón, el hijo que acababa de encontrar se marchaba lejos.Ricardo parpadeó, conteniendo las lágrimas que pugnaban por salir.—
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese