—Señor—dijo Dante tendiéndome la pistola, la misma que me había tendido en la iglesia que vi a Doménico.
La tomé con determinación y rapidez, la revisé, estaba cargada, no quería que se percataran del temblor de mis manos, ese maldito tenía a lo más sagrado de mi vida.
Doménico me dedicó una larga mirada de soslayo, sentía una extraña aura que nos envolvía, estaba nervioso, claro que lo estaba, nunca había estado a lado de forma consciente, de una persona que había derramado tanta sangre.
Por extraño que pareciera, Doménico se mantenía relajado, sus hombros y espalda ligeramente curvada, la mantenía relajada, pero sus ojos profundos, mismos que los que alguna vez vi en Diane, ahora eran la pura mezcla de amenaza y peligro.
—Cuando llegue el momento—dijo con el tono frio, arrastrando las