—¿Estás seguro de esto? —preguntó Maddox llegando junto a Aidan al punto de vigilancia y viendo la sonrisa maliciosa que se le extendía en el rostro.
—¿Quieres quitarte los aros y masacrarlos a todos? —preguntó Aidan.
—Claro que no.
—Entonces esta es la mejor opción. Vamos.
Maddox puso los ojos en blanco antes de seguirlo. Solo a Aidan podían ocurrírsele aquellas cosas. Cuatro días después de la carta del general Gallgher, ellos y uno de sus Alfas con un destacamento de doscientos lycans se habían dividido en cuatro grupos estratégicos para atacar el campamento central de los Alfas Adrien y Alec.
—Recuerden, no dejen muertos en la medida de lo posible, pero tampoco permitan que los lastimen —ordenó el rey girándose hacia su destacamento—. Entramos y salimos de ese campamento, y luego corran con todo lo que tienen. El perímetro es de doscientas cincuenta millas, así que prepárense, porque será una larga cacería.
—Nos veremos en este pun