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Le di un par de bofetadas más y nada. Tragué en seco y miré a mi alrededor. No había nada, estábamos solos. Volví a mirarlo, con más preocupación.

—¡Deja de bromear! —le grité desesperada.

Empecé a golpear su pecho, pero nada. Me senté a su lado y empecé a comerme la uña con nerviosismo. Lo miré, y él se veía pálido.

—Tú no puedes morir de esa manera tan estúpida. Levántate, Mikhail, me estoy cabreando —le dije con la voz entrecortada.

Le di un par de golpes más, y las lágrimas empezaron a salir de mis ojos.

—Si quieres morirte, puedes hacerlo cuando me saques de este lugar, pero ahora no te lo permito. Levanta tu culo ya, sé que estás fingiendo —le dije.

Le di otro golpe en el pecho, me tiré en su pecho y empecé a llorar más fuerte.

—Por favor, despierta. Tú no puedes dejarme sola en este lugar. Cuando lleguemos, sí puedes morir, pero no ahora —le supliqué. El movimiento de su pecho hizo que me levantara.

—¿Estás llorando y suplicándome? —me preguntó el bastardo con una ligera sonris
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