Ana y Gregory dejaron a los niños en su habitación, asegurándose de que estuvieran cómodos antes de retirarse al penthouse.
La noche en el resort es tranquila, con el murmullo de las olas rompiendo suavemente contra la orilla y la brisa marina colándose por las ventanas abiertas.
Apenas cruzaron la puerta de su recámara, Gregory no perdió el tiempo. Se acercó a Ana con una intensidad que la hizo contener la respiración. Su mano recorrió con suavidad su mejilla, bajando lentamente por su cuello hasta llegar a su cintura. Ana suspiró, cerrando los ojos por un instante, entregándose a la calidez de su tacto.
—Ya no puedo contenerme más.
—Yo menos—responde Ana.
Sin más preámbulos, Gregory comenzó a despojarla de su ropa, con movimientos cuidadosos pero urgentes. Ana, siente la necesidad de corresponderle, desliza sus dedos por los botones de su camisa, desabrochándolos uno a uno hasta revelar su pecho firme y cálido. Se miraron por un momento, como si quisieran memorizar cada detalle del