Despejando la vista

Las semanas siguientes son un torbellino de trámites. Decido sacar los pasaportes de Valentina y Diego. Tienen diez y ocho años respectivamente, y merecen unas vacaciones tanto como yo.

Mientras esperamos en la oficina de migración, Valentina me toma de la mano.

—Mami, ¿nos vamos a ir lejos? —pregunta, con su voz cargada de emoción y un poco de miedo.

—Nos iremos de vacaciones primero, hija. Luego veremos qué hacemos. Necesitamos un descanso —le digo con una sonrisa.

Diego frunce el ceño.

— ¿Y Marcos? ¿Y papá? —pregunta en voz baja.

Suspiro.

—Tu papá siempre será tu papá, Diego. Si quieres verlo, puedes hacerlo. Y Marcos...está en casa de su madre, si lo extrañas puedes llamarlo. Solo tiene tres semanas que se fue...para pasar tiempo con su madre, saben que se enfermó hace un mes. El es un buen hijo filial.

Mi hijo asiente, aunque parece pensativo.

Más tarde, en casa, mientras termino de empacar las maletas, Valentina entra a mi habitación.

—¡Mami, no puedo decidir qué llevar! —exclam
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